viernes, 28 de junio de 2013

Ejercicio de Stephen King (El único en su libro "Mientras Escribo")

Pues bueno, el señor King quería probar que las historias se hacen solas. Uno va escribiendo y las cosas salen solas. Que no debes planear con anticipación cada detalle o la historia se ve forzada. Te daba 3 nombres:
Dick
Jane
Nell
Y un sencillo Plot. Se suponía que no debía pasar de ¿Mil palabras? No recuerdo, pero si recuerdo haberme pasado por mucho. ¡Y ni siquiera llegué a desarrollar el Plot planteado! No sé si eso es algo bueno. Quise escribir algo muy alejado de lo que suelo escribir. No soy asiduo a las palabrotas o las obscenidades. Ni hablar. Ya tocaba explorar un poco esa parte. Helo aquí. 
Stephen King, aprender a escribir


     Dick es un hombre con suerte, decían en la preparatoria. Mantuvo a su lado por nueve años a Tina, su novia de secundaria; y en el pináculo de su relación, algo salió mal y aquellos planes de bodas y nombres de niños que no nacerían nunca se retorcían en el aire hasta asfixiarse.
Como primer asalto, recordamos que fue el primero de nosotros en hacerse hombre. Era algo grande de que alardear entonces; y aunque fuera guapo, aun así fue digno de aplausos entre el grupillo. ¡Y las veces que la muerte le hizo los mandados!
El casi trágico arrancón de autos con el Mustang.
El accidente en el muelle.
La broma en Reino Aventura.
Incluso con toda nuestra insistencia, Dick jamás se lastimó. Toda mujer que lo conoció recelaba de Tina y su larga relación.  ¡Nueve años, joder! Afirmábamos que era prometedora, tarde o temprano iban a casarse. Era cuestión de tiempo. Ni hablar. Qué mejor que las cosas te pasen de una vez. Cuando Dick terminó con Tina, no había necesidad de preguntar nada, pero lo hicimos.
No respondió nada concreto.
Se alegraba y pensaba que aquello era muy bueno, que tenía tiempo queriendo que sucediera. A dos semanas de romper, Dick conoció a Jane en una de las fiestas que ofrezco los sábados en mi casa. Es un ambiente duro. Me gusta pensar que aquellos que asisten a mi evento tienen una conversación con Dios al día siguiente donde le juran que no vuelven a regresar.
Jane iba vestida con el tipo de ropa que hace llorar a los padres. Comenzó a hablar con Dick sobre las cosas más mundanas que haya oído hablar a cualquier mujer en uno de mis sábados. No era la típica vieja puta del fin de semana. Salvo su ropa.
¿Coppola o Scorsese?
¿Por qué cada película buena de ciencia ficción involucra un romance?
     ¡Dick estaba tan impresionado! Hasta yo participé en algunos temas. Conozco a mi amigo; su cabeza está colmada de moralidad, y debido a su forma de ser (o falta de disposición a beber alcohol) rechazó toda insinuación. Habría sido una calentura de una noche y nada más, o qué se yo; tal vez todo está escrito y Nell habría empezado su carrera por la vida aquella madrugada.
Dick se clavó y quiso saber más. Le pidió su teléfono y quedaron de verse en el centro comercial. Comieron, rieron, tal vez se besaron y nada más. ¡Si uno supiera del destino! Se vistió mejor, me dijo Dick al otro día. Que su vestido era decente. Que su blusa no tenía el escote tan pronunciado y que había cambiado los tacones de teibolera por unas zapatillas. Sus pláticas seguían siendo tan interesantes como las de la otra noche. Eso es lo que siempre le faltaba a Tina, me dijo. Tina fue mi amiga por nueve años sólo porque era novia de mi buen amigo Dick. Dick terminó con ella y Tina volvió a ser una persona más, porque en serio, Tina sólo estaba buena y a veces con eso basta.
No hay prisas, ¿eh Dick?, pensé cuando nos dijo que a dos meses de salir con Jane todavía no habían parchado. “Tremendo marica” fue lo que soltaron algunos a quienes nos dijo ese cuento de que su relación anterior ameritaba algún tipo de respeto. Cuando Dick sintió que nueve años de relación equivalían a cinco semanas de abstinencia, puso en pausa su racionalidad y dejó salir su instinto e hizo el acto más natural de la humanidad. Coger. Con sólo presentarse al día siguiente y mirarnos, su actitud habló por él. Todos en la oficina festejamos, ¡Pinche cabrón!, gritábamos alegres en el bar. Secundaría, que buenos amigos nos diste. La buena suerte de Dick fue cuestionada cuando, a las séis semanas, Jane le anuncio de su embarazo. Y claro, todos pensamos: Dick, no puede ser tuyo. No puede ser.
Aquel que no hubiera visto a Jane se la describíamos como “Se viste medio zorra”, sin más.  Resultó ser que Jane era bastante inteligente, sabía de películas, autores, pornografía y era una anarquista de closet. Que se vista como quiera, decía Dick. Apoyamos a nuestro amigo, que se mostró renuente y a veces exasperado por nuestro entusiasmo para que Jane se hiciera una prueba de paternidad, “Confío en ella”, decía.
Jane, la zorra culta embarazada.
Dick hacía lo correcto en seguir nuestras indicaciones.
Total que Dick se quedó sin suerte y Nell nació sin complicaciones. Él, que tanto ama a los niños pequeños, seguro pensó que todo es cosa de apreciación.
     Dick buscó ingresos extra, invirtiendo el dinero que tenía ahorrado. Le ofreció ideas interesantes a Henry, nuestro gran amigo de secundaria poseedor del pub al que íbamos cada miércoles, sin falta. El lugar era un agujero, pero era nuestro, y con las ideas de Dick todo se expandió; hasta la clientela cambió. De viejos obesos con el futuro en el váter pasamos a adolescentes ruidosos que gastaban el triple. Aquella música tranquila de ambiente tejano, esa que imaginas en películas de folklore de los cincuentas, ahora eran bandas de Rock y metal ochenteras. El cambio fue gradual pero evidente y pronto encontramos excusas para ya no ir. Cada vez se ponían más ridículas: “extraño a mi esposa”, “no paso tiempo con los niños”, “me estoy haciendo viejo”, “los tragaluces me molestan la vista”.
     Debajo de todas sus diminutas prendas, Jane escondía un alma perspicaz e inteligente, y aún más abajo también se escondía la perra más odiosa y controladora que Dick haya conocido (en mis fiestas hay Janes cada fin de semana). Le di a Dick 20 mil pesos para ayudarlo a que se casara de forma decente y que pasara su luna de miel fuera de la ciudad. Puebla resultó. Jane se mantuvo silenciosa, guardándose sus opiniones hasta que Nell tuvo 2 años, y para cuando tuvo tres, Dick ya estaba harto. Se veía hasta diez años más viejo. Todos sabíamos de lo que Jane era capaz. Las decisiones de dónde vivir, el nombre de la hija, el color del auto, todo de Jane. Lo sabíamos porque Dick necesitaba desahogarse, y ni cómo ayudarle si no se dejaba; “Tengo una hija”, “El divorcio no va bien con mi congregación”, “Afectará a Nell”. Excusas.
     Dick era inversionista en el pub de Henry, vendía objetos de segunda mano en Internet y seguía trabajando con nosotros en la oficina, disfrutando de las sillas con doble respaldo y ruedas giratorias. Los lunes siempre era yo y mis ojeras y Dick con su sonrisa. El primero que pierde su virginidad en preparatoria y el primero que se casa. La vida tiene sentido.
Entonces, el jefe nos presenta a Lisa, nuestra nueva compañera. Ni Rebeca o Sarah, las secretarias más “interesantes”, lograban llevarnos la sangre al sur tan rápido como la nueva. Tenía la cara de una niña pequeña; cualquier hombre siente la extraña necesidad de protegerla. Pero no Dick. Ese tremendo marica, él y sus locos ideales. La religión lo cambió.
     A Lisa todos le aventaban los perros. Yo la invitaba a mis fiestas de los sábados, donde seguro podríamos ver más allá de esas modestas faldas a la rodilla. Un día que Dick tenía el auto en reparación, Jane vino por él en el suyo. La pobre de Lisa, era eso, pobre y joven. A las ocho de la noche salía con un abrigo a esperar el camión. Nunca aceptaba las propuestas de ser llevada por ninguno. Dick se mete al auto y su esposa pregunta:
— ¿La de la esquina quién es?
— Ah, ella. Ella es Lisa. Llegó hace meses.
¡La muy cabrona empezó a confabular! Estaba enferma o algo. Conocía a Rebeca y Sarah por los convivios de Navidad y me las juego a que las analizó todo lo que pudo. No lo mostró en ese instante, su forma de guardar las apariencias es digna de un psicópata, pero estamos seguros que desde aquél primer vistazo a Lisa esperando su camión, Jane se hizo de ideas. Ató cabos que no estaban ahí. Las horas extras que Dick solía tomar los fines de semana o el olor a perfume de mujer que su ropa (y la de varios en la oficina; Lisa se perfumaba de vez en cuando antes de salir de trabajar. Nos entristecíamos pensando que tendría una cita. El atomizador dejaba salir demasiado perfume) guardaba la hacían sospechar.  
     La fiesta de Navidad de aquel año resultó ser inolvidable. Para entonces nos habíamos ganado la confianza de Lisa; ya bromeábamos y todo. Oh, y seguía sin tener novio. Cuando por fin aceptó ir a una de mis fiestas de sábados locos, lo hizo acompañada de un primo. Hacía de todo excepto fumar y entre copas le dije que nadie de los que venían aquí solían repetirlo tan rápido. Los universitarios se postran en los baños con sus rodillas adoloridas y entre vómitos intentan pactar algo. Se hizo la muy cabrona y la siguiente semana regresaron. Me reí y le dije que se bebiera una de mis mezclas secretas. Con esas es como garantizo la ausencia de personas. Era sábado, su amigo y ella se tomaron mi vaso de secretos, haciéndome prometer que nadie había muerto por beberlo. Lo prometí sin estar seguro, ¿Cómo estarlo? Claro, le dije, nadie ha muerto.
     Lisa se reportó como enferma y vino a trabajar hasta el miércoles. Me dijo que le salió una úlcera, su diarrea fue casi mortal y que no piensa demandarme. Lisa es de las chidas.
—Entonces, ¿Me ayudarás a matar a Jane? Te puedes quedar con Dick —Su perplejidad fue total.
A las tres de la mañana del sábado, después de haberse tomado mi bebida especial, Lisa empezó a hablar divertido. Su primo se quedó dormido en un sofá y yo quise probar suerte. Lisa estaba ebria hasta las orejas, pero no estúpida. Con divertida amabilidad retiraba mis manos de sus pechos y apuntaba con el dedo hacia el cielo, recalcando que no estaba bien. ¿Entonces qué está bien?, le pregunté. ¿Dick es casado?, me dijo. Seguía intentando suerte. Le agarré un pecho, le agarré el trasero. No pasa nada. Sólo estaba yo y mis preguntas que nada importaban para mantenerla despierta frente a mí. Lisa dijo estar enamorada de Dick, pidiéndome que no le dijera con su voz divertida. Bien, bien. Ni si quiera al propio Dick le interesa. Con nuestro Pub tan cambiado tuvimos que buscarnos una alternativa y pronto fue obvio que no había mejor lugar que mi propia casa. Ahí solté esa bomba molesta. A Lisa le gustaba Dick, nuestro amigo casado quien menos atención le ponía. Alguna vez le vi mirarle el trasero cuando la chica se agachaba a recoger lo que se le cayera del escritorio. Esa es toda la relación extramarital que puede ofrecernos Dick. Fue en la cena de Navidad de la oficina en donde las cosas ya estaban listas a dispararse. Las ideas de Jane habían crecido con los meses. Lisa había pedido el celular de algunos compañeros, incluido el mío, y un día se animó y sin más me pidió el de Dick. Se lo di. Se molestó conmigo y me preguntó mis motivaciones. No solía hablar mal de Jane, nunca de forma directa al menos, pero dejaba claro que su vida se la complicaba bastante. Se lo dije: Sufres por tonto. Nell es un ángel pero no puedes seguir así. Lisa es… pero me hizo callar, se despidió y se marchó. Mis bromas en la oficina, intentos de reconciliación, no le causaron ni puta gracia aquella semana. Días antes de la cena que marcaría una etapa importante de Dick, Jane dejó salir sus inquietudes. ¡Seguro me engañas con tu compañera!, dijo. ¡Pasó cerca de mí ayer! ¡Tus camisas huelen a ella!
     Le explicó lo del atomizador y aunque no se la creyó, dejó de protestar. Dick desbloqueaba su celular para encontrarse con mensajes abiertos, dándose cuenta de que Jane las revisaba. A Lisa se le ocurrió mandar un mensaje de Feliz Cumpleaños, con una carita feliz ¡bomba! Jane lo vio pero no le dijo nada. Se guardaba todo para cuando la tuviera frente a ella,  para desenmascarar a quien fuera a sus ojos una zorra ofrecida cualquiera, una quita maridos de semblante noble ¿Era Lisa una chica fácil? Nah, pero hagan entender eso a una mujer celosa. Estaba tan claro en su mente. Lisa era el enemigo.
     Entran Dick y Jane al salón; su vestido tenía menos clase que una prostituta croata aspirando cocaína desde el ano de una amiga en servicio. Quería mostrar que seguía estando buena, que no tenía nada que envidiar a Lisa. Lisa había venido con un vestido color blanco de escote notable y aun así mantenía toda elegancia, la hacía ver sofisticada, a años luz de Jane. Jane decidió sentarse frente a Lisa y eso puso incómodo a Dick. Lisa no la miraba.