martes, 30 de julio de 2013

Sonidito Interruptor

Sin primera lectura ni corrección de ningún tipo.


     Tenía unos minutos que me habían dejado solo en casa. Diez minutos. Quince minutos. Estaba inmerso en el libro del Mago de Oz, que acababa de comprar el domingo pasado (hoy martes). Hacía calor en mi cuarto y el libro, gracias a la tranquilidad creo yo, iba avanzándolo a buen ritmo. Me distrajo el sonido vulgar de una lejana radio que susurraba canciones populares. Banda. No suelen molestarme, pero estaba muy tranquilo leyendo en silencio y la página en que detecté el sonido no la pude terminar.
Bajé el libro y salí de mi cuarto con el oído bien parado creyéndome una especie de parábola humana. No venía del cuarto vecino, así que debía ser el que estaba hasta al otro extremo. Y no, que parecía ni venir de mi casa. Mientras más cerca estuve del cuarto en el que guardaba mis sospechas, menos se escuchaba. Regresé a mi cuarto con la intención de escuchar en el mismo punto donde me había percatado. No había de otra, el sonido venía de afuera. Eran los carpinteros que trabajaban en mi casa reemplazando las puertas los que poseían algún aparato, radio o celular (que no podía ver desde la ventana), cuya música en esos momentos no tenía ni tantitas ganas de escuchar. Bueno, qué se le iba a hacer. Mi cuarto no tenía puerta, la tenían los carpinteros allá abajo en el patio de cemento, poniéndole bisagras a un rectángulo grueso de madera que pronto se transformaría. Regresé a intentar perderme un poco en el Mago de Oz y por unos buenos momentos lo logré. Eso de tener tanta tranquilidad (a pesar del sonido inquieto de rancheros dolidos cantándome a las afueras de mi casa) me gusta como a cualquiera, pero es cierto que también llega a agobiarme. Avancé unas cuentas páginas más cuando algo nuevo me interrumpió. Por las escaleras avanzaban unos pasos que iban hacia mí, al segundo piso. Claro que yo sabía que era algún carpintero. Estaba clarísimo. Pero también pensé que aquello era curioso. Mi madre y mi hermana habían estado en casa todo el tiempo hasta hace media hora. Ya iban a ser las 3:00 p.m y los carpinteros habían llegado desde las 10. ¿Por qué se meten hasta ahora que no hay nadie?, pensé. Sacudí mi cabeza ante la idea paranoica que no dudó en saludarme e interrumpir el libro que tenía en las manos.
     El carpintero ya casi llegaba al segundo piso.
«El asesino se acerca. El asesino se acerca» ¡Ja! ¡Claro!
     Me levanté de mi cama y aventé el libro al colchón y miré por donde debiera estar una puerta y vi que uno de los carpinteros se encontraba agachado retirando la puerta del cuarto de mis padres, puerta de la habitación donde creí que encontraría al sonidito interruptor. «No pasa nada, amigo», me digo siempre en tono bromista y pausado.
     Suelo imaginar que si de verdad se aproximara por las escaleras algún tipo de hombre peligroso, saldría a mi balcón y me escabulliría hasta la calle por la pared. O gritaría a los vecinos por ayuda, o cualquier cosa; todo se resume a mi balcón, mi gran salvador. Mi plan A. El problema era que la mujer que hacía la limpieza los domingos en mi casa había retirado la llave que siempre tenía pegada la puerta/ventana del balcón y no la hallaba por ningún lado. Y, si aún lograba acordarse dónde la había dejado, yo no lo sabría hasta el domingo. Espero que esos carpinteros peguen mi puerta a las bisagras hoy. Que la coloquen, pues. Una razón sería que prender el aire acondicionado por la noche no sería muy inteligente; todo lo contrario. Y otra, también muy válida, que esa vocecita que me grita «el asesino se acerca» no tendrá descanso.