sábado, 16 de mayo de 2015

Las orquídeas

Esta historia es una corrección. La versión original, penosa y lastimera está en esta dirección 

puerta, historia, cuento corto, reyedit, puerta antigua

A Natalia Lesniak la seguían. 
La noche helada y seca fastidiaba su ya delicada respiración. Estaba agotada por los excesos dramáticos de aquella tarde. Todo parecía darse solo: Las flores que le causaban alergia, la humedad excesiva y ese puente escabroso.

Para llegar a casa, Natalia debía cruzar un pequeño puente de madera que conectaba a la parte norte de la ciudad donde residen los pescadores. Sólo a pie se puede llegar.
Una angustia nació en su pecho. Pequeños espasmos en el estómago le avecinaban problemas, presentándose esporádicamente, como anunciando un porvenir indeseable.
Apenas vio el puente, comenzó a caminar a prisa. Paranoica, revisó cada esquina y rincón que los faros de luz lograban iluminar: No había una sola sombra fuera de sitio. El corazón de Natalia latió con más y más violencia a cada paso que daba, angustiado por aquello que surgiera que no pudiese controlar.  
Agarró con firmeza los barandales del puente y se dispuso a caminar. Deseaba correr, deseaba apurarse, llegar lo más pronto posible, guardar las flores para el arquitecto y no saber nada hasta mañana.
Pero no debía correr porque.
Porque cuando lo hiciera, sus miedos se volverían reales. 
No.
No podía permitirse que el miedo fuese mayor.
El puente medía 15 metros de largo. Al legar a la mitad, Natalia se dijo: “Es aquí donde me agarran”.
Siguió avanzando. Pronto llegaría al final.
Al estar del otro lado, respiró mejor. En las casas cercanas dormían buenos amigos. Un lugar así de pequeño solo guarda conocidos. Era esa pequeña locura que habita en cada uno de nosotros que emerge cuando las oportunidades se presentan tan sobradamente fácil. Uno se pregunta: ¿cuándo empezaré a pagar?
Sin duda, para Natalia, antes de llegar a casa.
A media calle de su hogar, Natalia buscó la llave para entrar. Revolvió su bolso hasta tenerla segura en su mano.
Dueña de sus temores, caminó con el deseo suprimido de mandar todo al diablo y correr. De tirar las flores, quitarse los tacones y correr.
¿De verdad era para tanto? Se trataba de tres ramos de orquídeas robadas. «Es una buena causa», se dijo.
Robar.  
No pediría ayuda, de necesitarla, y tampoco lo negaría.    
La maldita puerta, vieja e hinchada por las lluvias, complicó el uso de la llave. Parecía no encajar, y cuando lo hizo, girarla fue imposible. Natalia podía saborear el éxito. Era delicioso y reconfortaba, ¡pronto estaría en calma, resguardada por cuatro paredes de concreto! Mientras más giraba la llave, más óxido desprendía la cerradura.
Al pensar en el hecho de “ganar”, su corazón daba pequeños saltos. Ciertamente pocas victorias podía atribuirse en su vida.
Impaciente, giró la llave con entusiasmo una vez más, pero no consiguió abrirla. Le ardían las muñecas y la cabeza le dio vueltas; estaba a un paso del triunfo. Si tan solo pudiese entrar... 
Dejó los ramos en el suelo para apoyarse mejor. Una mano sostenía la perilla, la otra forcejeaba con la llave. Fuese el polvo de metal o su alergia por las flores, Natalia estornudó en la oscuridad.
Unas risas se escucharon en el patio. Eran burlonas, ¡se burlaban! Natalia abrió la puerta, se metió y la cerró de golpe, causando un gran estallido en medio de la noche.
Ni siquiera se detuvo a recoger los ramos en el suelo.

Las risas continuaron como ecos.